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¿Por qué olvidás las caras y los nombres de la gente?

La ciencia te lo explica y te proporciona trucos muy valiosos para, por fin, empezar a recordarlos.

Vanguardista04 de noviembre de 2020 Carlos Maciel
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Estás en una fiesta. Te presentan a alguien. Saludás. Incluso puede que charlés de todo un poco y antes de despedirte amablemente, te das cuenta de que te olvidaste su nombre. Pero, siendo sinceros, ¿acaso hiciste algún tipo de esfuerzo por recordarlo?

Si es alguien a quien no vas a volver a ver nunca más, no hay problema. Lo peor ocurre cuando tu mente se queda totalmente en blanco a la hora de identificar a personas con las que sí volvés a tener trato, obligándote a entrar en lo que se conoce como la Dimensión Seinfeld : hacer todo tipo de locuras y malabares sociales para evitar la vergüenza de tener que preguntarle su nombre otra vez. Seguramente a todos nos pasó algo parecido y no es agradable.

La revista Time se puso en contacto recientemente con Charan Ranganath, director del Memory and Plasticity Program de la Universidad de California, para hacerle la pregunta más difícil de todas: ¿por qué no fui capaz de recordar los nombres de nadie, por ejemplo, la gente de Recursos Humanos de mi empresa, si es algo que a priori parece importante? Según la ciencia, se trata de una cuestión de esfuerzo y espacio neuronal: en concreto, de que necesitamos más de cada una de esas dos cosas de lo que parece. Así que, en muchas ocasiones, tu cerebro está priorizando otras funciones mientras te están presentando a alguien, ya que -inconscientemente- considerás que retener ese conjunto de letras en relación a esa cara va a ser sencillo. Pero no lo es: realmente tenés que esforzarte en prestar atención, aunque creas que esa persona en concreto ni te va ni te viene.

Además, los nombres son arbitrarios. ¿Nunca conociste a una María que, en realidad, tiene cara de Violeta? ¿O a un Juan que debería haberse llamado Enrique, porque todo lo que hace es claramente de Enrique? Y eso que aún no hemos introducido variables como los nombres compuestos, los nombres extranjeros o los nombres directamente inventados. Recordar nombres es demasiado agotador, sobre todo cuando sos una persona con un círculo social amplio.

Por supuesto, siempre hay un paso más allá: no recordar siquiera la cara de aquellas personas a las que te presentan. Hay veces en las que tiene una explicación similar a la de los nombres (creés que estás prestando la atención suficiente, pero no), lo que significa que no deberías preocuparte. Sin embargo, los casos más agudos entran dentro de la "prosopagnosia", un trastorno cognitivo al que los anglosajones se refieren de manera coloquial como "face blind" (o ceguera facial). Se cree que una de cincuenta personas padecen una forma de prosopagnosia, aunque muchas de ellas son bastante leves y, por tanto, les permiten llevar una vida perfectamente normal. Salvo cuando alguien aparentemente desconocido los saluda por la calle. En esencia, se trata de una incapacidad manifiesta para recordar la forma y composición del rostro de los demás, aunque sí los reconozcas al volver a verlos (ya sea en persona o en fotos).

Por suerte existen un par de trucos sencillos para obligarte a recordar este tipo de cosas. La ceguera facial poco desarrollada se puede suplir haciendo un esfuerzo consciente por retener otros detalles de la persona en cuestión, como su color de pelo, su complexión, su forma de andar o, bueno, cualquier cosa menos sus facciones. También ayuda fijarte en una serie de elementos del entorno donde conociste a ese alguien, elementos que luego asociarás "mnemotécnicamente", es decir recordar una secuencia de datos, nombres, números, y en general. No obstante, el truco más efectivo es el más viejo de todos: obligarte a vos mismo a repetir el nombre en cuanto lo oís, como hace mucha gente. ¿Te preguntabas por qué? Es exactamente por esto.

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